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Ubicación: santo domingo, Dominican Republic

14.6.06

BORGES: VEINTE ANIVERSARIO DE SU MUERTE





Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, ciudad a la que había llegado a fines del año anterior. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Plainpalais y esa circunstancia durante algunos años despertó críticas en sectores nacionalistas, que veían en ese destino final la rúbrica de posiciones extranjerizantes que Borges habría asumido a lo largo de su vida y de su obra.

Esas críticas, afortunadamente, resultaron tan fugaces como insignificantes, y a veinte años de la muerte de Borges su obra es reconocida como uno de los más valiosos aportes a la cultura argentina. "No hay un escritor más argentino que Borges –escribió Beatriz Sarlo–: él se interrogó, como nadie, sobre la forma de la literatura en una nación culturalmente periférica.

Escribió en un encuentro de caminos. Su obra no es tersa ni se instala del todo en ninguna parte: ni en el criollismo vanguardista de sus primeros libros, ni en la erudición heteróclita de sus cuentos, falsos cuentos, ensayos y falsos ensayos, a partir de los años cuarenta. Por el contrario, la obra de Borges está perturbada por la conciencia de la mezcla y la nostalgia por una literatura (europea) que un latinoamericano nunca vive del todo como naturaleza original. A pesar de la perfecta felicidad del estilo, la obra de Borges tiene en el centro una grieta: se desplaza por el filo de varias culturas, que se tocan en sus bordes" .

Más allá de que Borges es, efectivamente, emblema de nuestra nacionalidad –porque su obra es una incesante representación de nuestros encuentros y desencuentros– su muerte en Ginebra posee un perfil simbólico que raramente se señala y que, sin embargo, puede ser de interés para los visitantes de este portal.

¿Qué fue Ginebra para Borges? ¿Qué significó en su vida?
Habrá, por cierto, aspectos íntimos que permanecerán inaccesibles para siempre, aunque hay también una circunstancia en la que conviene detenerse: Ginebra fue la ciudad donde Borges hizo sus estudios secundarios entre 1914 y 1917.

Poco antes, en 1913, había comenzado esos estudios en el Colegio Nacional N° 6 Manuel Belgrano, de Buenos Aires, pero debió interrumpirlos al año siguiente para trasladarse con su familia a Ginebra. Allí se inscribe en el College Calvin, donde haría amistad con distintos compañeros de clase, entre ellos Maurice Abramowicz.

Casi setenta años después, en 1985, Borges es un escritor de fama internacional y publica el que sería su último libro, Los conjurados. Ese año regresa, definitivamente, a la ciudad donde había transcurrido su adolescencia.

Los conjurados es un hermoso libro, en cuyo Prólogo Borges escribió: "Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos hombres ilustres" . El texto termina así: "Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra" .

Entre los poemas de ese libro hay dos, sucesivos, en los que Borges se dirige a Maurice Abramowicz, aquel remoto compañero del colegio secundario. Y en uno de ellos le dice: "Durante la primera guerra, mientras se mataban los hombres, soñamos los dos sueños que se llamaron Laforgue y Baudelaire. Descubrimos las cosas que descubren todos los jóvenes: el ignorante amor, la ironía, el anhelo de ser Raskolnikov o el príncipe Hamlet, las palabras y los ponientes".

Es muy probable que el regreso final a Ginebra haya sido para Borges el fin de un exilio. Aquel joven, que había sido expulsado de su adolescencia para que comenzara a cargar el peso del desencanto, el escepticismo, la desilusión de los adultos, al irse de Ginebra había perdido menos una ciudad, un paisaje o una geografía que un grupo de amigos con los que compartió las aulas del colegio secundario. El retorno fue, seguramente, tan ilusorio como verdadero. El último sueño de ese viejo y cansado escritor argentino.
Fuente: EDUCAR. Argentina

Argentina cierra los ojos al XX aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges
CARMEN DE CARLOS CORRESPONSAL BUENOS AIRES.

Odiaba el fútbol y tuvo la mala fortuna de morir pocos días antes de que Argentina ganara su último Mundial. Le enterraron en Ginebra cuando sus paisanos pensaban más en el último gol del campeonato que en la muerte del ciego con más vista para las letras de la Historia. Desde entonces, ha llovido mucho sobre la tumba de Plain-Palais, pero da la impresión de que, para el esqueleto que está seis metros bajo tierra, han cambiado poco las cosas. Jorge Luis Borges, el muerto, cumple veinte años, pero en Argentina los vivos sólo tienen ojos para la selección nacional.

El 14 de junio de 1986, los medios de comunicación daban la noticia del fallecimiento del escritor.

En busca de un testimonio popular que recordase su obra o expresara la dimensión de Borges, la televisión dio con una persona sin miedo al micrófono: «Era el Maradona de la literatura argentina», dijo a modo de epitafio. Algunos creen que, en ese preciso instante, el cuerpo menudo del escritor se removió en su tumba. Hoy, quizás, no suceda lo mismo, porque, a fin de cuentas, la indiferencia o el escaso entusiasmo con el que se conmemora esta fecha significa hacer realidad un deseo expresado por Borges en vida: pasar al olvido.

Ni siquiera la fundación que lleva su nombre y dirige su viuda, María Kodama, tiene previsto grandes homenajes. Creada hace once años no es, como podría suponerse, el centro de referencia o principal fondo de cultura del autor de «El Aleph». Como dato curioso, surge que María Kodama no estará hoy en Buenos Aires. Le rendirá tributo en el cementario de Plain-Palais, donde reposan unos huesos «que querían quedarse acá», recuerda Fanny, «mucama» y mirada eterna de Borges hasta que ella le seduce.

Pantallas en los colegios
En pleno fervor deportivo en una ciuda como Buenos Aires, donde en los colegios han instalado pantallas y televisiones para seguir a la selección nacional de fútbol, el «olvido» de Borges salpica a las instituciones. En Argentina no hay una sola estatua suya. Lo más parecido a una réplica de su figura son muñecos de cartón piedra acomodados en cafés emblemáticos de Buenos Aires como el Tortoni o la Biela. La capital le regaló una calle en el barrio de Palermo, donde vivió de adolescente. La casa en la que pasó la mayor parte de sus años, donde no se cansaba de recordar una enorme palmera en el jardín, es de otros. Kodama, la mujer que le llevó de la mano por senderos que no quería transitar, según testimonios públicos de sus viejos amigos como Bioy Casares o María Ester Vázquez, compró la colindante. Transformada en una copia de dudosa calidad, muchos visitantes están convencidos de que es la original, pero aquellas paredes no tienen nada que contar.

La «programación oficial homenaje» a Borges está pasando como hace una década, sin pena ni gloria, aunque la Secretaría de Cultura ha organizado en el Teatro Cervantes una exposición y un ciclo de películas sobre su vida y obra. El Ministerio de Cultura del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha optado por establecer un circuito por cinco sitios simbólicos para «Georgie», como le llamaban en familia. Tampoco las editoriales han echado las campanas publicitarias al vuelo. No hay grandes campañas para relanzar algunos de los títulos que se reeditan, ni convocatorias masivas para celebrar alguna que otra biografía nueva sobre el autor del que, prácticamente, se sabe todo.

Gran exposición en Egipto
Su memoria, ese fenómeno al que Borges atribuía como principal virtud traicionar la realidad, parece estar más presente en Egipto, en la mítica biblioteca de Alejandría, que en su tierra natal.

Alejandro Vaccaro, biógrafo y coleccionista incansable de manuscritos, objetos y recuerdos de Borges, hoy inaugura allí una megaexposición que tendrá carácter itinerante. Presidente de la Asociación Borgesiana, Vaccaro pone sobre la mesa y proyecta en pantallas de la monumental biblioteca, inaugurada hace cuatro años, ochenta manuscritos entre los que figuran textos inéditos del autor y de algunos de los personajes que se cruzaron en su vida o a los que él mismo debió su existencia.

Es el caso de su madre, Leonor Acevedo. En las cartas de su puño y letra «cuenta con sobrio orgullo los progresos literarios de su hijo y el reconocimiento que va adquiriendo en todo el mundo (...) También hay textos de Macedonio Fernández corregidos por Borges; postales familiares, esquelas de Silvina Ocampo y Bioy Casares, entre otras piezas reveladoras», según recogía ayer el diario «La Nación», que ha tenido acceso a todo el material.

«Yo he estado tan enamorado de ella... ¿Está muerta?» Cuando Borges le hizo esta pregunta al periodista Rodolfo Braceli, Greta Garbo seguía con vida. Al oír la respuesta el escritor, que consideraba a la actriz, que nunca conoció en persona, «una de mis más queridas novias», se quedó pensativo y añadió: «La que tendría que venir es la que yo conocí, y no la de ahora... ¿Así que ella vive?». Hoy, en Buenos Aires a pocos les importa quién es Greta Garbo o si Borges vive o está muerto. La memoria colectiva sólo recuerda del 86 que Argentina ganó el Mundial.
Fuente: Diario ABC. España
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