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20.5.07

Africa comienza a rodar



Conversamos con cuatro destacados directores del continente olvidado para pulsar su cinematografía

Africa es mucho más que un montón de desgracias. Detrás del tópico se esconde una rica realidad de la que el cine es un vivo exponente. Para celebrar la creatividad del continente, El Cultural reunió a cuatro cineastas de países dispares en el marco del Festival de Cine Africano de Tarifa.

Los convocados fueron Ibrahim Letaief, de Túnez; Ganemtare-Raso, de Burkina Fasso; Sol Carvalho, de Mozambique; y Sylvestre Amossou, de Benín. Cuatro directores, representativos de la diversidad geográfica africana, que comienzan a rodar o estrenan su primer largometraje en los próximos meses.

El cine de África está muy vivo. Para empezar, lo mejor es olvidarse de los clichés y mirar con respeto y atención a una cinematografía que sobrevive entre la indiferencia de Occidente y la escasez de medios gracias, sobre todo, a la pasión de sus cineastas. Porque siempre hay rayos de esperanza. Como la que simbolizan los hombres que El Cultural reunió en Tarifa para discutir las alegrías y miserias que conlleva su condición de cineastas africanos.

Un coloquio en el que se habló mucho de cine pero en el que la política se coló de forma inevitable. A grandes rasgos, cuatro fueron los temas tratados: la identidad africana, los problemas de exhibición, los formatos de producción y, finalmente, la relación entre África y el mundo occidental. Sobre estos asuntos discurrió la conversación que sintetizamos en estas páginas a partir de sus protagonistas, los directores.

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Sylvestre Amossou busca la identidad africana.

Nació en Benín, un pequeño país del África subsahariana situado entre Togo y Nigeria, con tradición cinematográfica ya que de allí es Oaulin Soumanou Vieyra, uno de los padres del cine africano, que comenzó a rodar allá por los 60.

Amossou lleva más de 20 años viviendo en París, donde ha trabajado como actor. Durante el Festival, presentó su primer largometraje, Africa Paradis, modesta producción que parte de una idea ciertamente original: en el futuro, Europa está hundida en la miseria por problemas políticos. Mientras, el continente negro se ha convertido en el "paraíso" del título y alemanes o españoles se agolpan en sus fronteras para ser rechazados o devaluados en su categoría profesional. El cine de Amossou supone una rara avis en el tono neorrealista (con claras influencias del cine de autor francés) dominante al tratar con humor problemas graves.

Africa Paradis, cuya producción le llevó siete años poner en pie, culmina una filmografía que constaba de seis cortos hasta la fecha. Para Sylvestre, lo más importante de su labor como cineasta es que "siempre hemos sido retratados de una forma tan humillantes por parte de Occidente que ha llegado un momento que lo hemos creído. Nuestra obligación es darle la vuelta a ese trabajo psicológico que se ha hecho desde el norte. Tenemos que dar una identidad propia a nuestros niños porque durante demasiado tiempo han sido los demás quienes han hablado por nosotros". Es un punto de vista que, con matices, suscita un amplio acuerdo.

De hecho, se convierte en el punto central del coloquio: el cine como gran generador de la representación icónica y, en consecuencia, de la autoestima colectiva. Ganemtore-Raso, director de Burkina Fasso con dos cortometrajes en su haber y que comparte con Amossou una carrera como actor, en su caso en Italia, abunda en la misma idea: "El cine tiene que ser un instrumento de comunicación para darle la vuelta al tópico. Es increíble que después de 400 años de cohabitación de nuestras culturas, el norte nos siga retratando como unas bestias salvajes. Nosotros no somos eso. Y yo agradezco que a nivel internacional hoy se comience a hablar de la diversidad cultural de África, porque no somos todos lo mismo aunque seamos del mismo continente".

Ibrahim Letaief, director de cortometrajes y productor de Túnez, se une al debate y propone otro fin ineludible: combatir el fundamentalismo. "Recientemente –explica Letaief– ha habido una serie de atentados de Al Qaeda en el Magreb. Hay una película que se llama Making off, del gran cineasta tunecino Nouri Bouzid, que ataca el integrismo religioso y ha estado prohibida durante mucho tiempo. Hasta que explotan esas bombas y las autoridades se dan cuenta de que puede servir para evitar que se propague el fundamentalismo. Y no sólo esa película. Ahora nos han pedido que reabramos los cine clubs que antes habían cerrado porque los consideraban de izquierdas".

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Sol Carvalho, la mordaza de la distribución. Descendiente de portugueses, nació en Mozambique, antigua colonia portuguesa de gran extensión territorial situada en la costa oriental, y allí sigue viviendo. En el Festival presentó su primera película, Un jardin d'un autre homme. "Es una historia que surgió de una investigación que hicimos en las escuelas. Descubrimos que era frecuente que las chicas tuvieran sexo con sus profesores para aprobar los cursos. En concreto, trata de una joven que quiere ir a la universidad y se encuentra con esta amenaza. Es una situación que tiene que ver con el abuso de autoridad y la corrupción, tan habituales en mi país.

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Otro tema es el de la violación, muy relacionado con el sida, otra plaga nacional", explica Carvalho. El mozambiqueño aúna las facetas de director y exhibidor, por lo que sus dardos van especialmente dirigidos al sector de la distribución: "Soy el dueño de las únicas tres salas de cine de Mozambique y no tengo más remedio, para rentabilizarlas, que poner los billetes a 4 euros. Esa cifra es una décima parte del sueldo medio nacional. Ese precio obliga a una difusión muy limitada.

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El mayor orgullo que me ha dado mi película ha sido pasarla por distintos lugares del continente en cines improvisados. 10.000 personas la han podido ver y la han discutido. Para mí, es lo más importante porque yo quiero hacer cine para mi pueblo". El asunto de la distribución despierta pasiones y los comentarios tienen una música conocida en España. En este sentido, Ibrahim Leatief explica que "en Túnez se vive una guerra entre el cine europeo y el cine americano. Y en medio no pintamos nada. La distribución en las ciudades de las películas autóctonas aún existe, pero en los pueblos es cero.

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Nos enfrentamos sin armas a la apisonadora de Hollywood". Por ello, el VHS y el DVD se han impuesto como formatos más populares de distribución. De fondo, el éxito de la floreciente industria de Nigeria (conocida como Nollywood), un mercado que produce decenas de títulos al mes rodados en digital, de géneros tan populares como la acción, el musical o la comedia.


Ganemtore-Raso y el dilema de la producción. Originario de Burkina Fasso, pequeño país sin salida al mar del África subsahariana en el que el analafbetismo ronda el 80%, es el más polemista y locuaz del grupo. Autor de dos cortos, Dauda et la mine d'or y el exitoso Safie, la petit mère, además de la serie documental Afrique pour les africains, está preparando su primer largo: Sarah, donde narrará la odisea de un africano que cruza el continente para reencontrarse en París con el amor de su vida. Ganemtore entra de lleno en el asunto de la producción, marcado por dos factores.

En primer lugar, el dilema sobre si rodar en digital o en 35 milímetros; y en segundo, la dependencia de Occidente. Respecto al formato, se plantea si el digital es una alternativa o una limosna que Occidente prefiere para África. Ganemtore se sitúa, con matices, en el primer bloque: "Yo hice un corto en digital que ha ganado más de 40 premios en todo el mundo y he podido rentabilizarlo. Creo que el que quiera expresarse en digital, tiene derecho a hacerlo y el que quiera hacerlo en 35, también".

El tunecino Ibrahim Letaief está básicamente de acuerdo aunque aporta argumentos distintos: "El digital nos ha abierto las puertas a un cine comercial y popular que también puede ser interesante. Venimos de una dinámica en la que el 80 o 90% de los filmes trataban los problemas más dolorosos de África. Hoy hay más televisión y algunos jóvenes quieren tratar otros temas que no son la colonización o la ablación, etc Creo que ese cine también es necesario. Las películas tienen que poder ofrecer un entretenimiento al que nunca hemos tenido acceso". En una postura totalmente contraria se sitúa el beninés Sylvestre Amossou: "Si en el resto del mundo se comienzan a rodar todas las películas en digital, si todas las salas del planeta se preparan para retransmitir películas en ese formato, pues entonces bien.

Pero me rebelo contra la idea de que nosotros tengamos que hacerlo así porque somos africanos. Cuando comencé a buscar dinero para mi filme, todos los productores africanos decían que me olvidara de los 35 milímetros. Sucede porque no creemos en nosotros mismos. Es el mismo juego de dominante y dominado de siempre". Ibrahim Letaief ante la desidia de Occidente. Es uno de los productores más activos de Túnez y ha dirigido cuatro cortos, el último de los cuales Je vous ai a l'oeil (una parodia sobre la corrupción), presentó en Tarifa.

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Letaief hizo incapié en la especificidad del Magreb, donde se vive en condiciones menos duras que en el resto del continente y cuya cinematografía ha recibido significativas ayudas de Occidente, especialmente de Francia. "Para poder hacer mi película he necesitado a un productor galo que me ha encontrado el apoyo de una televisión –explica Letaief–. Nosotros hemos abierto un puente que puede utilizar toda África. Hay laboratorios en Marruecos y Argelia. Comienza a haber una pequeña industria insólita en Africa. Eso sí, todos sufrimos la ausencia de una política cultural". Más pesimista, Carvalho apunta que "Portugal daba algo de dinero, y lo ha cortado. Lo mismo ha pasado con Francia. Claramente los gobiernos occidentales han decidido que no compensa". Ganemtore matiza, aunque con igual contundencia: "Hay una política europea de dar ayudas a los países del arco meditarráneo a través de Euromed.

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Pero en el África subsahariana no vemos un duro". Todos dejan claro que producir con dinero cien por cien africano es poco menos que imposible. Un asunto colateral es la proliferación de películas occidentales rodadas en el continente, que o bien tratan sus problemas (El jardinero fiel) o utilizan África como lugar de rodaje.

Carvalho explica:"En mi país se rodó Diamante de sangre. Hay cosas buenas y malas en eso. Por una parte, sirve para formar profesionales. En Túnez ha sido evidente el empuje de rodajes como el de El paciente inglés o Alejandro. Al mismo tiempo es una operación puramente financiera. No hay ninguna voluntad de ayudar a Africa".

Para que no quepa ninguna duda añade que "Michael Mann me dijo cuando rodó Ali en Mozambique que le interesaba trabajar en África por la luz. Yo añadiría como causa de esa proliferación algo tan vulgar como la moda". Ganemtore tiene una teoría aún más cínica: "A Occidente ahora le interesa África para contrarrestar la creciente influencia económica de China en el continente. Punto final".


Juan SARDÁ FROUCHTMANN
el cultural/ Madrid

Nos metemos en el corazón cultural del continente:

Ver Con la cabeza bien alta, de Wangari Maathai

Ver Bamako, el silencio de los muertos

Ver entrevista con Manu Dibango

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