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Nombre: pedsarod
Ubicación: santo domingo, Dominican Republic

20.11.06

THEODORE MONOD, SEXTO ANIVERSARIO DE SU MUERTE.


Theodore Monod en el Sáhara


El África sahariana fue su "diócesis". Este hijo y nieto de pastor, que se planteó estudiar teología él también, consideraba el Sáhara como su catedral y a los hombres del desierto como a sus feligreses.

De hecho, desde la más tierna infancia, Théodore Monod siempre tuvo curiosidad por todo, primero en Rouen, después en París. Peces, insectos, fósiles, estrellas, lo que fuera: observaba con pasión todo lo que la naturaleza ponía a su alcance. Devoraba los libros que describían lo que no podía ver ni tocar, prometiéndose ir a verlo por sí mismo algún día.

La insaciable curiosidad por la naturaleza desemboca a la fuerza en el viaje. Cuando el niño Théodore recorría Francia con su familia, traía especímenes y apuntes sobre todo lo que había podido observar. De adolescente, soñaba con viajes lejanos y vivía de los relatos de exploradores. Se imaginaba recorriendo el Tíbet, ese tejado del mundo donde pensaba que los hombres estaban más cerca de Dios.

Pero Théodore Monod no fue al Tíbet. En 1920, a los dieciocho años y con una colección de diplomas (biología, botánica, geología) de la facultad de ciencias de la Sorbona, partió como "naturalista" a bordo de un buque oceanográfico que hacía cabotaje a lo largo de las costas de Bretaña (fachada atlántica de Francia).

Al año siguiente, ingresó en el Museo Natural de Historia Natural y, en 1922, fue nombrado auxiliar en el departamento de Pesca y Producciones Coloniales. Este cargo le llevó hasta Port-Etienne, en Mauritania, para estudiar la fauna marina y la pesca. Tras él, el desierto, inmenso y fascinante...

Para volver a París tras un año de estancia en el extranjero, se dirigió a Dakar (Senegal) montado en camello. Descubrió maravillado el desierto y sus hombres, fue una auténtica revelación. A los veintiún años, su vida dio un vuelco: el especialista de la fauna marina se apasionó por el desierto.

Un peregrino comprometido
En 1925, el Museo lo envió de nuevo a África, pero a la zona ecuatorial: disponía de un año para hacer el inventario de la fauna acuática entre el sur de Camerún y el lago Chad. Aquella formidable misión le llevó a viajar por todas partes, andando, en piragua e incluso en silla de manos, por un África impregnada de costumbres coloniales. Sin embargo, el desierto le atormentaba. En 1927, la Sociedad de Geografía le propuso una misión hecha a medida: acompañar a una expedición científica a través del Sáhara, de Argel a Dakar, pasando por Tamanraset y Tombuctú. ¡Seis meses explorando el mayor desierto del mundo! El regocijo de Théodore Monod era inmenso. Se dedicó a coleccionar muestras de plantas y de rocas, y a multiplicar apuntes y croquis. Recogió una cosecha que le ocupó durante varios años en el Museo, pero tuvo tiempo para casarse con una joven procedente de la diáspora judía de Checoslovaquia.

Pero no renunció al desierto. En 1934, pasó catorce meses en las dunas de Mauritania. Al año siguiente, se convirtió en el primer hombre que exploró el entonces desconocido desierto de Tanezrouft, que aparecía en blanco en los mapas del Sáhara. En 1938, partió a Dakar con su familia para establecer el Instituto Francés de África Negra (IFAN), centro de investigaciones históricas y científicas sobre el África occidental francesa. Fue allí donde le sorprendió la guerra. Recibió el destino de soldado de 2a clase en un regimiento de las compañías saharianas montadas estacionado en el Tibesti, en el norte del Chad.

De regreso a Dakar y tras múltiples peripecias, militó contra la colaboración con los nazis, criticó con dureza el racismo erigido en política en las colonias y recibió a De Gaulle en 1944. Siendo ya profesor de zoología, titular de la cátedra de ictiología (2) en el Museo, Théodore Monod se ocupó tanto de su laboratorio parisino y del IFAN como de las expediciones saharianas, que multiplicó entre 1953 y 1964. Recorrió el Sáhara de arriba a abajo, en camello y sobre todo a pie, sorprendiendo incluso a los hombres del desierto por su resistencia y frugalidad.

A la edad de noventa y tres años, aún ansioso por descubrir cosas a pesar de estar casi ciego, acompañó una expedición botánica a Yemen en 1995 y volvió al Sáhara el año siguiente.


Tras haber recorrido infatigablemente el desierto durante su carrera de investigador, dedicó el final de su vida a armonizar su fe cristiana con la lucha por la dignidad humana. Le vimos andar al frente de las manifestaciones contra la bomba atómica, el apartheid, la marginación. Militaba contra todo aquello que, según él, amenaza o degrada al hombre: la guerra, la corrida, la caza, el alcohol, el tabaco, la violencia contra los humildes. Su credo: el respeto de la vida, bajo todas sus formas.

Roger CansPeriodista y escritor
1. El IFAN (el actual Instituto Fundamental de África Negra) sigue existiendo y se centra sobre Senegal y los países vecinos. Reúne cinco departamentos (ciencias humanas, lenguas y civilizaciones, biología animal, información científica, museos). 2. Parte de la zoología que trata de los peces


http://es.wikipedia.org/wiki/Th%C3%A9odore_Monod

Theodore Monod en el Taghouzi

Entrevista a Albert Jacquard

"Luchar contra la falta de respeto por la Tierra"

El científico y filósofo Albert Jacquard* ha luchado siempre contra el racismo, la marginación, las desigualdades, y a favor de un desarrollo sostenido y de los derechos de las generaciones futuras.

Label France: ¿Cómo conoció usted a Théodore Monod?


Albert Jacquard: Nos conocimos en la calle durante una manifestación contra el apartheid hace unos veinte años. Estábamos sentados en el asfalto, delante de la embajada de Sudáfrica. Le pregunté: "¿cree usted que es útil lo que estamos haciendo?". Me contestó: "no lo sé, pero no tengo derecho a no hacerlo".


Seguimos en contacto desde entonces y, en 1995, le propuse unirse al movimiento DAL (Derecho a la vivienda), a una manifestación que organizábamos delante de un edificio ocupado por inmigrantes en la avenida René-Coty, en el distrito XIV de París. Y aunque ya estaba casi ciego, vino a demostrar su solidaridad con los marginados.


¿No les había acercado antes su posición antinuclear?

Curiosamente, nunca nos encontramos en el terreno antinuclear. En 1982, firmé el llamamiento de los Cien, que era un acto político. Théodore Monod prefería manisfestar cada 6 de agosto en el mando atómico de Taverny, para declarar su indignación contra la bomba atómica de Hiroshima. Cuando le preguntaba si creía en la muerte de la humanidad, en caso de guerra atómica, me respondía a su manera: "¡tendremos sucesores! Yo apostaría por los cefalópodos: los pulpos viven en el fondo del mar, tienen la suerte de tener ocho brazos coordinados por un cerebro. Bastarían cien millones de años para que salieran del agua y nos remplazaran".

¿No le implicó también Théodore Monod en sus propias luchas?

Me uní al grupo Padak, que fundó para denunciar el rally automovilístico París-Dakar. Para mí, como para él, el desierto es una catedral. Es absolutamente necesario luchar contra la falta de respeto por la Tierra. Declaraciones recogidas por Roger Cans*Antiguo director de investigaciones del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), estadístico de la genética de las poblaciones, antiguo miembro del Alto Comité para el alojamiento de las personas marginadas (1992) y del Consejo por los derechos de las generaciones futuras (1993).

Declaraciones recogidas por Roger Cans
*Antiguo director de investigaciones del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), estadístico de la genética de las poblaciones, antiguo miembro del Alto Comité para el alojamiento de las personas marginadas (1992) y del Consejo por los derechos de las generaciones futuras (1993).

Theodore Monod con su hija Beatrice Morlot


Viernes, 24 de noviembre de 2000
THEODORE MONOD
EL EXPLORADOR DEL DESIERTO

Pedro Céceres
Explorador, naturalista, arqueólogo, escritor y, sobre todo, un enamorado del desierto, Théodore Monod fue un viajero profesional hasta el final de sus días, cuando, cumplidos los 92 años, decidió no volver a subir más a un camello, aunque no por ello dejara de visitar el Sáhara.

Había tenido su primer contacto con la arena a principios de los años 20, cuando siendo un joven científico llegó a Mauritania. Comenzó entonces una relación que se alargó hasta el final de sus días y que le llevó a dar a conocer los baldíos de Sudán, Camerún, Chad, Libia, Ghana, Nigeria, Irán o Israel y ser considerado como uno de los grandes naturalistas de Francia. Fruto de ello fue la publicación de una quincena de títulos de divulgación científica y filosófica, como Memorias de un naturalista viajero (1990).

Mas, con el tiempo, el investigador fue dando paso a un «anarquista cristiano», como le gustaba definirse, que aplicó un saber enciclopédido a sus viajes. Se acrecentó su perfil pacifista, ecologista y su deseo de proteger Africa de la depredación de Occidente. En ese empeño, el francés Théodore Monod no dudó en criticar la bomba atómica, la caza, los abusos de la economía o el propio Rally París-Dakar, que pasaba por el continente negro sin respetar a sus habitantes.

Su vida -terminada el miércoles en un hospital de Versalles, a los 98 años, y no «a lomos de un camello» como hubiera deseado- es el resumen de una concepción del mundo fascinada por lo exótico; testigo de un tiempo en el que la fascinación por Africa encontraba su fermento en un colonialismo que no había perdido su dominio sobre lo conquistado en el siglo anterior. Era, quizá, el último explorador romántico, hecho apreciable en un tiempo en el que se ha cartografiado hasta el último metro del planeta. Monod conoció muchos de ellos. Y los anotó en su cuaderno de campo.

Había nacido en Ruán en 1902, en una familia de larga tradición religiosa -hijo, nieto y bisnieto de pastores protestantes- y desde los cinco años se hizo la promesa de ser naturalista. A los 20 años ya estaba dando los primeros pasos en esa dirección, embarcado en una expedición científica para estudiar los peces de Mauritania. Puede resultar paradójico, pero, en un primer momento, quien luego fuera considerado el loco del desierto era un incipiente experto en el estudio marino. «Estaba en la costa de Mauritania, atrapado entre dos mares, el Atlántico y el de arena. Debía volver a Burdeos, pero preferí cruzar el país de norte a sur y fue mi iniciación al mundo de los camellos». Ya no abandonó esa vocación.

Regresó a Francia y, en 1926, se doctoró en Ciencias, al mismo tiempo que se dedicaba al estudio de la literatura árabe y los dialectos del desierto. Ingresó en esa década en el Museo Nacional de Historia Natural de París, donde sería profesor desde 1946, pero no logró vivir más de un año en la ciudad sin aburrirse.

Casado en 1930, y padre de tres hijos, reconocía que su vida familiar dependió siempre de sus expediciones a Africa. De 1934 a 1936 se las apañó para cumplir su servicio militar en el Sáhara, temporada que aprovechó para encontrar pinturas rupestres capitales para comprender su prehistoria. En 1938, fue nombrado director del recién creado Instituto Francés del Africa Negra, con sede en Dakar, en el que permaneció hasta 1965 mientras ampliaba el campo de sus investigaciones con hallazgos botánicos, geológicos o arqueológicos. Ingresaría en la Academia de Ciencias francesa en 1963.

Amigo del paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin, a quien le unía su afición filosófica, tuvo otro compañero de excepción en la figura del oceanógrafo Piccard, que le invitó en 1948 a una expedición submarina a bordo de su batiscafo. Prefirió volver a la comarca sahariana del Adrar, «su parroquia», como le gustaba llamarla. En 1988, con 86 años, aún encabezó una expedición por la zona en busca de un meteorito y, en 1998, aparecía junto a Daniel Cohn-Bendit en la lista de Los Verdes al Parlamento Europeo. El año pasado, una enfermedad vascular le retuvo en París, a última hora, antes de partir hacia Mauritania. No llegó a vivir los 200 años que dijo necesitar para saciar su afán de conocimiento. «Para muchos», escribía recientemente, «el desierto es una filosofía, un modo de vida, o una búsqueda interior. Para mí no es nada de eso. Yo sólo soy un incorregible curioso».

Théodore Monod, naturalista y explorador francés, nació en Ruán el 9 de abril de 1902 y falleció en Versalles el 22 de noviembre del 2000.


"Camelladas. Exploraciones por el verdadero Sáhara"
Autor :
Théodore Monod
Editorial :
Olañeta
Formato :
Normal
Colección :
El barquero
Familia :
Literatura
Categoria :
Viajes
Precio : 13,13 €

Sinopsis :

Fruto de un inmenso amor por el desierto, de una insaciable curiosidad científica y de un indomable espíritu de aventura, Camelladas es uno de los mejores libros que se han escrito sobre el Sáhara. Su autor es unánimemente reconocido como un extraordinario conocedor del desierto. La lectura de este libro, poético y sobrio a la vez, nos hace compartir las experiencias apasionantes del autor en este mundo implacable pero dotado de mágica fascinación que es el desierto del Sáhara.


http://www.sahara-expeditions.com/esp/monod.html

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