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Nombre: pedsarod
Ubicación: santo domingo, Dominican Republic

2.3.07

Entrevista con Antonio Gala


Antonio Gala


"Cualquier pedestal es sospechoso. Conviene andar a pie y no quedarse inmóvil para ser venerado". Antonio Gala

Cobijado en La Baltasara, su casa de Málaga, Antonio Gala parece más desengañado que nunca. Más sereno también, aunque desde hace unas horas su última novela, El pedestal de las estatuas (Planeta), esté en la calle y descubra el lado más oscuro de nuestro siglo de Oro. "Sé –escribe en su arranque– de qué está hecho el pedestal de las estatuas: de abusos, sangre, llanto y muerte unos; de soberbia, desprecios y avidez, otros; de negación a la vida, los demás".

Y no hay pedestal que aguante la palabra sin piedad y sin pudor de un Gala que llevaba cuatro años lejos de la novela por culpa del teatro (Inés desabrochada) y la poesía (El poema de Tobías desangelado ).
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Se decía que El pedestal de las estatuas iba a ser su última novela, porque según unos el propio Gala habría dicho "no quiero repetirme", y según otros, "no me queda más tiempo". Pero no es definitivo:
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–Hablar de decisiones definitivas es tan equivocado como las interpretaciones que hacen los que las oyen malentendiéndolas. No tengo la menor idea de que ésta vaya a ser mi novela última. Sé que me gusta el teatro, y que me tienta. Que me gusta el relato. Que el último libro que publiqué fue de poemas. Y que no tengo la facultad de inventarme la vida, la mía, por mucho que pueda inventar otras… Inventar, no repetir. Que mi novelística comience con Boabdil, un vencido de quien nadie habló, y acabe con una serie de vencedores "indiscutibles" y muy publicitados, no está mal. Hechos desnudos, verdaderos

–¿Por qué no nos descubre la historia secreta de la novela, por ejemplo, cuándo se le ocurrió volver a este periodo que frecuentó en Paisajes con figuras o Si las piedras hablaran?
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– No tiene historia secreta este libro de historias secretas. Trata de un periodo fascinante, sobre el que se ha fantaseado mucho en todos los sentidos. Y trata de decir la verdad a través de la boca que más supo de él, con pruebas en la mano: mi vocero es Antonio Pérez… Durante toda mi vida he aprendido lo que este libro narra. He estudiado Historia; por tanto me ha llevado aprenderlo mucho tiempo… Una vez decidido, escribirlo, componerlo, "atribuirlo", ordenarlo, me ha llevado menos.
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–¿Por qué no es una novela histórica sino una "historia novelesca"?
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–El autor oficial de la novela, el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, no es un novelista. No escribe, o dicta, su texto como literatura. Cuenta los hechos desnudos, la historia verdadera. No es una novela histórica el resultado. Lo que sucede es que lo que cuenta es a veces increíble, y siempre desconcertante, asombroso: se trata de una Historia novelesca.
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– Capítulo a capítulo, derriba los pedestales de la historia de España: ¿qué puntos de encuentro hay entre esos siglos de oro y nuestra realidad?
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–No es un tema que me haya propuesto el de encontrar diferencias o similitudes entre ayer y hoy. Lo que sí sé es que un pueblo que ignora la verdad de su propia historia no sólo está condenado a repetirla, sino que no es un pueblo. Porque éste está formado, configurado, originado y vaticinado por su propia historia: la cierta, no la inventada, no la imaginaria y laudatoria. Un pueblo, el de ayer y el de hoy, está más hecho de pedestales que de estatuas. Y también más deshecho. Hay que tentarse la ropa antes de llamar, a lo que no nos gusta, leyenda negra.
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–¿Se diferencian los pedestales políticos de los literarios de hoy?
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–Cualquier pedestal es sospechoso. Conviene estar y andar a pie, y no quedarse inmóvil para ser venerado. El escritor ha de escribir, escribirse, darse, vivir para ofrecerse. Sin pensar en más "erecciones" que en las propias, que son también otra forma de darse. Sin pensar en que el tiempo, cuando tú ya no estés, te erija un monumento, cosa muy improbable. Y, mientras estés, contar sólo contigo: sin grupitos, ni clubes de presión ni familias artificiales. Investigaciones del pecado
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–¿No se parecen demasiado las "investigaciones del pecado" de Felipe II a las encuestas y prohibiciones (tabaco, vino) de este gobierno? ¿A qué se debe esa preocupación pública por la virtud privada, cuando la pública escasea tanto?
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–Siempre tengo la sensación, ante esos políticos virtuosos, de que o no tienen cosa mejor que hacer (en cuyo caso, sobran) o no se les ocurre ocuparse de las virtudes públicas, que es para lo que les pagan. Que, por lo menos, se pregunten por las causas de lo que señalan. Por qué beben los jóvenes, por qué se sublevan los adolescentes. ¿Cómo se ha llegado a ese síndrome del emperador, que maltrata a su padre y ataca a sus maestros? Les recomendaría que leyeran mis ensayos de Carta a los herederos.
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–Describe el lado oscuro de la historia. De las sombras que descubre, ¿cuál es la más sorprendente?
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–Hay bastantes, porque esa zona tan iluminada y adorada se conoce muy poco… Cómo influyeron constantemente los arzobispos de Toledo. Que la Beltraneja sí fue la hija de Enrique el Impotente. Que Isabel la Católica fue una asesina, envenenadora y autoconsagrada en el nombre de Dios. Que el hijito con el que su marido separaba de nuevo Aragón de Castilla, fue no suyo sino de Ignacio de Loyola. Que fue Cisneros quien lo manda quitar literalmente de enmedio. Que a Felipe II no le importaba matar, pero procuraba que las víctimas se confesaran antes…
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–¿Y qué le gustaría que el lector no olvidase tras leer su novela?
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–El interés que tiene eso de que ahora se habla tanto: la memoria histórica. Claro que no ese sí pero no de nuestros políticos, sino la verdad última, la que condujo a un pueblo hasta donde está, entre falsedades, cobardías propias y ajenas, beatificaciones hipócritas que prolongan la última guerra civil… Que el lector, en su propia historia y en la compartida, sepa coger el verdadero toro por sus verdaderos cuernos.
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–El protagonista del libro, Antonio Pérez, asegura que España "no perdona nunca la diferencia" y "quiere igualarnos a todos aunque sea por abajo". ¿Es un pesimista o simplemente un hombre bien informado?
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–Es sencillamente un español cargado con todos los defectos que achaca a los españoles: la envidia, los celos, la ambición… Por eso su testimonio tiene un especial mérito: porque acusa a los otros, y él intenta salvarse, sabiendo que jugó sucio y mal. Y que es más responsable porque era el mejor informado. Por eso, in articulo mortis, trata de redimirse contando lo que sabe. Y, mejor que nadie, sabe lo que es el poder: lo que mancha, lo que maltrata, la podredumbre que maneja... Y pese a todo no aspiró, en su vida, más que a tenerlo.
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–El libro es también una reflexión sobre la felicidad y el amor, pero ¿no decían que eran temas agotados?
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–Los únicos temas inagotables son esos dos: el amor, que nace y muere y nace y muere con cada corazón; y la felicidad, que es otro trastorno mental transitorio. Lo digo yo, que ya no aspiro a ninguno de los dos, aunque de ellos sin cesar hablo: sólo aspiro a la serenidad. Ése es el pedestal único desde el que me gustaría ver el mundo. Porque el amor no se dice, se hace. Lo mismo que la felicidad.
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–El que desde el principio de la novela se advierta de los errores y faltas de ortografía del manuscrito ¿es un guiño a los lectores o una provocación a los críticos puntillosos?
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–No creo que merezca la pena hacer guiños a los críticos. No trato de engañarlos. De ellos, los que merecen la pena no lo necesitan, porque lo saben todo y lo perdonan. O lo comprenden, por lo menos. Y los demás, bastante tienen con el trabajo menor de entretenerse contando tropezones. Aunque sean los de Antonio Pérez, que no son poca cosa.
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–¿Qué consejo daría a los jóvenes becados por la Fundación Gala para sobrevivir en un mundo editorial marcado por la avaricia y la envidia?
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–Entrelazarse, enriquecerse recíprocamente, multiplicarse, ensimismarse todos juntos, formar un nuevo mundo literario, más limpio, más valiente, más generoso. Que no se enreden con premios ya dados, oficiales o no; con condecoraciones ni adornillos postizos; con resentimientos capaces de amargarles la vida… Que sea, cada uno, uno mismo del todo y para siempre, inconfundible, irrepetible; y, a la vez, que sea comunitario y comprensivo y dadivoso.
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Porque la Historia la padecemos entre todos y nos hace y se nos impone; pero la literatura hemos de hacerla sólo aquellos que escribimos. A nuestra imagen y semejanza. Y ojalá sea hermosa. O que la posterior colaboración de los lectores así la haga.
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