"LA MADUREZ DE LOS PUEBLOS EXIGE TIEMPO": J.ARNAIZ
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Santo Domingo.
Francisco José Arnaiz es uno de esos arcángeles de Dios, España y las Antillas que nos cayó por estos lares para fortuna de esta media ínsula, como también lo hicieron Manuel García Costa, Manuel Corripio, Galo Munné, Vela Zanetti, Gausachs, Prats Ventós, Malaquías Gil, Vicente Rubio y María Ugarte. Y mi querido padre Miguel Carretero, de San Carlos. Peninsulares que vinieron a sembrar, unos industrias, lienzos o murales, otros saberes ilustrados, valores éticos y obras de servicio. Que llegaron a esta tierra para dejar sus huesos y honestidad, no a depredar parques nacionales o a mal privatizar facilidades públicas.
En Arnaiz se resume una profunda sabiduría erudita, el ángel del verbo divino o mundano -ya sea la ocasión-, la disciplina del deber como soldado de la compañía que fundara Ignacio de Loyola, la humildad de la grandeza. Y la vocación de servir, ora a las monjitas que le hacen madrugar para oficiar misa en un vecindario obrero, ora a quien ha perdido al ser querido y clama por el bálsamo del consuelo, ya a la grey a la que pertenece, a la cual ha prestado su talento en tantas cartas pastorales y mediante su eficiente rol de administrador.
Arnaiz quien se estableció en 1961 en el país- formó parte de una legión de jesuitas procedentes de Cuba, imbuidos de una misión de redención moderna bajo el alero de las encíclicas sociales (Rerum Novarum, Quadragessimo Anno, Mater et Magistra). Todos altamente calificados en teología, filosofía, doctrina social de la Iglesia. Pero también en Economía, Sociología, Antropología, Ciencias Políticas, Comunicación. Sus nombres: Benavides, Llorente, Arango, Guzmán, Alemán, Moreno, Ortega, Villaverde, Figueredo, Dorta Duque, Suárez Marill, Arroyo, Amigó. Eran mensajeros de la misión de nueva evangelización y acción social que la orden había encomendado en América Latina a Manuel Foyaca de la Concha como visitador regional, un jesuita y sociólogo cubano, por demás brillante orador. Miembros de otras congregaciones, como el dominico Marcelino Zapico, se sumarían a esta causa.
Una pléyade de entusiastas sacerdotes que arribaron justo en la alborada libertaria de los dominicanos, cuando las calles se poblaban de jóvenes salidos de las cárceles de la dictadura, las plazas retomaban su función de espacio abierto a los ciudadanos y la calle El Conde vertebraba los nervios de la política.
Época de ideologías de todos los ismos, de Guerra Fría y cabezas calientes, de tensiones y emociones. Los jesuitas de Foyaca brindaron su brazo amigo a la juventud obrera en la JOC y la CASC, a los universitarios en el BRUC, a los campesinos en FEDELAC. Y al Listín Diario le dieron un soporte en sus páginas de opinión para contribuir a la forja de una orientación democrática responsable, con énfasis en la reforma social.
El examen de los rasgos caracterológicos del dominicano y la apelación a corregir los patrones negativos de conducta si queremos salir del subdesarrollo para subir al metro del progreso. Orientaciones éticas y estéticas, perfiles modélicos de héroes cotidianos de la sociedad civil y de próceres que modelaron la Patria.
Como “listo teórico-práctico” que es nuestro autor (Arnaiz define al listo como “auténtico inteligente, agudo, perspicaz”), no se regodea en enunciar los males: les contrapone las virtudes capitales. Recomienda cordura, seriedad, disciplina, templanza, racionalidad, coherencia e institucionalidad, solidaridad y abrir una ventana a la ternura que nos permita mirar hacia los niños, ancianos y desvalidos. En términos griegos, más sofrosine y menos frenesí. Pero admite de inmediato que esa empresa requiere tiempo. Parafraseando a José María Pemán, nos dice que “somos fuertes en las prisas y débiles en las pausas”.
Evoca Arnaiz el Big Ben londinense que ordena sincronizadamente todos los movimientos del Reino Unido, para enlazar este símbolo cultural con un episodio de infancia cuando su padre don Adrián ñen lugar del tren eléctrico pedido a los Reyes Magos- le entregó un reloj de pulsera, en señal de que crecía “en una sociedad y cultura cronometradas”. En cambio, entre nosotros, nos recuerda, “el desprecio del reloj es olímpico”. Las mil y una estrategias se despliegan para evadir el impacto de disciplina tiránica de esas manecillas: “Nos vemos en la tardecita o mejor después”. “Tómelo con calma”. “No se preocupe, que eso se resuelve”. Para nuestro pensador, se impone un cambio para alcanzar progresivamente la madurez, dejar los pámpers en el camino y sujetarnos pantalones largos como colectividad.
Otras semblanzas nos muestran el apostolado educativo y filantrópico del Padre Billini. La bonhomía sabia y piadosa de nuestro primer Cardenal, Monseñor Octavio Beras, quien vio en Arnaiz condiciones y le confió la conducción del Seminario para fortalecer las vocaciones. La labor de catequesis en el Suroeste del indómito Tomás Reilly. El tesón militante del salesiano Andrés Nemeth en las barriadas proletarias de la capital.
El carisma cautivante de Emiliano Tardif, con la paloma del espíritu santo hecha verbo de sanación. El tesón dominico de un monje investigador llamado Fray Vicente Rubio, el mejor orador sagrado de la orden de los Predicadores, heredereros de aquél célebre sermón del primer domingo de Adviento de 1511 que pronunciara Fray Antón de Montesinos, que aún retumba en los oídos sordos de los encomenderos. Hay un Arnaiz que es disfrute de comensales, de tertulianos, de sibaritas. De gente que aprecia un buen vino, la humeante placidez de un cigarro de las vegas del Cibao, el deleite de un destilado ya cognac, sambuca, o chinchón, un pulpo a la gallega, salpicón de mariscos, lacón, la paletilla de cordero, o una tarta de Santiago.
A este sabio “colocado en el mismo trayecto del sol” antillano ñcomo diría el poeta Mir- que es una simbiosis maravillosa del talante vasco y la buena malicia criolla (un “listo teórico-práctico”, conforme a su catalogación: “edición de lujo, canto dorado y encuadernación de piel”). A este caballero de negro y cuello blanco que decidió hacer su obra cristiana, aquí, en la tierra dominicana. A este querido y entrañable Pepe Arnaiz, Obispo Auxiliar (hoy Emérito) de la Arquidiócesis de Santo Domingo. Consejero espiritual de tantos. Constructor de la joven democracia dominicana.
“La madurez de los pueblos exige tiempo” es un libro medular y vivaz que saliendo hoy a la estampa, debería reeditarse desde ya y divulgarse profusamente en las escuelas como pieza pedagógica clave de una revolución modernizadora del carácter nacional. Por allí desfilan en sus páginas los hábitos insanos, las mañas y lacras de nuestra idiosincrasia, las mega y mini picardías criollas y peninsulares, que a modo de contravalores disfuncionales, castran el quehacer público y privado de los dominicanos. Las tipologías de sujetos que Arnaiz extrae de su observatorio de la realidad “listillos” o avivatos, pícaros de todos los pelajes, restadores, eunucos, hombres-rémoras, irresponsables, bravucones, holgazanes, demagogos- son como para “pensar y cambiar”, como se titula la primera parte de la obra.
Como signo de la época, el autor se rebela contra la cultura “Light” que fabrica un hombre fofo (Internauta repleto de información/vacío de reflexión), transido de ambigüedad, movido por valores descafeinados, amaneradamente frívolo, hedonista, materialista y por lógica kantiana, oportunista. Mediocre, en el enfoque positivista de Ingenieros. Un hombre unidimensional le llamaría Marcuse: alienado por el consumismo y el influjo de los medios masivos, la publicidad rutinizante, incapaz de pensamiento crítico. Cuyo extremo como modelo de sistema dirigido fue llevado a la narrativa por Ray Bradbury en Fahrenheit 451 y por Francois Truffaut en el film homónimo, hace 40 años. En definitiva, alguien en quien no se puede confiar.
José del Castillo.
Palabras pronunciadas en ocasión de la presentación del libro.
Listín Diario/Santo Domingo, República Dominicana, 27.11.06
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Santo Domingo.
Francisco José Arnaiz es uno de esos arcángeles de Dios, España y las Antillas que nos cayó por estos lares para fortuna de esta media ínsula, como también lo hicieron Manuel García Costa, Manuel Corripio, Galo Munné, Vela Zanetti, Gausachs, Prats Ventós, Malaquías Gil, Vicente Rubio y María Ugarte. Y mi querido padre Miguel Carretero, de San Carlos. Peninsulares que vinieron a sembrar, unos industrias, lienzos o murales, otros saberes ilustrados, valores éticos y obras de servicio. Que llegaron a esta tierra para dejar sus huesos y honestidad, no a depredar parques nacionales o a mal privatizar facilidades públicas.
En Arnaiz se resume una profunda sabiduría erudita, el ángel del verbo divino o mundano -ya sea la ocasión-, la disciplina del deber como soldado de la compañía que fundara Ignacio de Loyola, la humildad de la grandeza. Y la vocación de servir, ora a las monjitas que le hacen madrugar para oficiar misa en un vecindario obrero, ora a quien ha perdido al ser querido y clama por el bálsamo del consuelo, ya a la grey a la que pertenece, a la cual ha prestado su talento en tantas cartas pastorales y mediante su eficiente rol de administrador.
Arnaiz quien se estableció en 1961 en el país- formó parte de una legión de jesuitas procedentes de Cuba, imbuidos de una misión de redención moderna bajo el alero de las encíclicas sociales (Rerum Novarum, Quadragessimo Anno, Mater et Magistra). Todos altamente calificados en teología, filosofía, doctrina social de la Iglesia. Pero también en Economía, Sociología, Antropología, Ciencias Políticas, Comunicación. Sus nombres: Benavides, Llorente, Arango, Guzmán, Alemán, Moreno, Ortega, Villaverde, Figueredo, Dorta Duque, Suárez Marill, Arroyo, Amigó. Eran mensajeros de la misión de nueva evangelización y acción social que la orden había encomendado en América Latina a Manuel Foyaca de la Concha como visitador regional, un jesuita y sociólogo cubano, por demás brillante orador. Miembros de otras congregaciones, como el dominico Marcelino Zapico, se sumarían a esta causa.
Una pléyade de entusiastas sacerdotes que arribaron justo en la alborada libertaria de los dominicanos, cuando las calles se poblaban de jóvenes salidos de las cárceles de la dictadura, las plazas retomaban su función de espacio abierto a los ciudadanos y la calle El Conde vertebraba los nervios de la política.
Época de ideologías de todos los ismos, de Guerra Fría y cabezas calientes, de tensiones y emociones. Los jesuitas de Foyaca brindaron su brazo amigo a la juventud obrera en la JOC y la CASC, a los universitarios en el BRUC, a los campesinos en FEDELAC. Y al Listín Diario le dieron un soporte en sus páginas de opinión para contribuir a la forja de una orientación democrática responsable, con énfasis en la reforma social.
El examen de los rasgos caracterológicos del dominicano y la apelación a corregir los patrones negativos de conducta si queremos salir del subdesarrollo para subir al metro del progreso. Orientaciones éticas y estéticas, perfiles modélicos de héroes cotidianos de la sociedad civil y de próceres que modelaron la Patria.
Como “listo teórico-práctico” que es nuestro autor (Arnaiz define al listo como “auténtico inteligente, agudo, perspicaz”), no se regodea en enunciar los males: les contrapone las virtudes capitales. Recomienda cordura, seriedad, disciplina, templanza, racionalidad, coherencia e institucionalidad, solidaridad y abrir una ventana a la ternura que nos permita mirar hacia los niños, ancianos y desvalidos. En términos griegos, más sofrosine y menos frenesí. Pero admite de inmediato que esa empresa requiere tiempo. Parafraseando a José María Pemán, nos dice que “somos fuertes en las prisas y débiles en las pausas”.
Evoca Arnaiz el Big Ben londinense que ordena sincronizadamente todos los movimientos del Reino Unido, para enlazar este símbolo cultural con un episodio de infancia cuando su padre don Adrián ñen lugar del tren eléctrico pedido a los Reyes Magos- le entregó un reloj de pulsera, en señal de que crecía “en una sociedad y cultura cronometradas”. En cambio, entre nosotros, nos recuerda, “el desprecio del reloj es olímpico”. Las mil y una estrategias se despliegan para evadir el impacto de disciplina tiránica de esas manecillas: “Nos vemos en la tardecita o mejor después”. “Tómelo con calma”. “No se preocupe, que eso se resuelve”. Para nuestro pensador, se impone un cambio para alcanzar progresivamente la madurez, dejar los pámpers en el camino y sujetarnos pantalones largos como colectividad.
Otras semblanzas nos muestran el apostolado educativo y filantrópico del Padre Billini. La bonhomía sabia y piadosa de nuestro primer Cardenal, Monseñor Octavio Beras, quien vio en Arnaiz condiciones y le confió la conducción del Seminario para fortalecer las vocaciones. La labor de catequesis en el Suroeste del indómito Tomás Reilly. El tesón militante del salesiano Andrés Nemeth en las barriadas proletarias de la capital.
El carisma cautivante de Emiliano Tardif, con la paloma del espíritu santo hecha verbo de sanación. El tesón dominico de un monje investigador llamado Fray Vicente Rubio, el mejor orador sagrado de la orden de los Predicadores, heredereros de aquél célebre sermón del primer domingo de Adviento de 1511 que pronunciara Fray Antón de Montesinos, que aún retumba en los oídos sordos de los encomenderos. Hay un Arnaiz que es disfrute de comensales, de tertulianos, de sibaritas. De gente que aprecia un buen vino, la humeante placidez de un cigarro de las vegas del Cibao, el deleite de un destilado ya cognac, sambuca, o chinchón, un pulpo a la gallega, salpicón de mariscos, lacón, la paletilla de cordero, o una tarta de Santiago.
A este sabio “colocado en el mismo trayecto del sol” antillano ñcomo diría el poeta Mir- que es una simbiosis maravillosa del talante vasco y la buena malicia criolla (un “listo teórico-práctico”, conforme a su catalogación: “edición de lujo, canto dorado y encuadernación de piel”). A este caballero de negro y cuello blanco que decidió hacer su obra cristiana, aquí, en la tierra dominicana. A este querido y entrañable Pepe Arnaiz, Obispo Auxiliar (hoy Emérito) de la Arquidiócesis de Santo Domingo. Consejero espiritual de tantos. Constructor de la joven democracia dominicana.
“La madurez de los pueblos exige tiempo” es un libro medular y vivaz que saliendo hoy a la estampa, debería reeditarse desde ya y divulgarse profusamente en las escuelas como pieza pedagógica clave de una revolución modernizadora del carácter nacional. Por allí desfilan en sus páginas los hábitos insanos, las mañas y lacras de nuestra idiosincrasia, las mega y mini picardías criollas y peninsulares, que a modo de contravalores disfuncionales, castran el quehacer público y privado de los dominicanos. Las tipologías de sujetos que Arnaiz extrae de su observatorio de la realidad “listillos” o avivatos, pícaros de todos los pelajes, restadores, eunucos, hombres-rémoras, irresponsables, bravucones, holgazanes, demagogos- son como para “pensar y cambiar”, como se titula la primera parte de la obra.
Como signo de la época, el autor se rebela contra la cultura “Light” que fabrica un hombre fofo (Internauta repleto de información/vacío de reflexión), transido de ambigüedad, movido por valores descafeinados, amaneradamente frívolo, hedonista, materialista y por lógica kantiana, oportunista. Mediocre, en el enfoque positivista de Ingenieros. Un hombre unidimensional le llamaría Marcuse: alienado por el consumismo y el influjo de los medios masivos, la publicidad rutinizante, incapaz de pensamiento crítico. Cuyo extremo como modelo de sistema dirigido fue llevado a la narrativa por Ray Bradbury en Fahrenheit 451 y por Francois Truffaut en el film homónimo, hace 40 años. En definitiva, alguien en quien no se puede confiar.
José del Castillo.
Palabras pronunciadas en ocasión de la presentación del libro.
Listín Diario/Santo Domingo, República Dominicana, 27.11.06
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1 Comments:
¡"Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho" !
j.g.t.
Zarautz,Gipuzkoa.
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