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27.12.05

ENTREVISTA A ROMAN POLANSKI


Roman Polanski parecía haber saldado cuentas con su dura infancia después de El pianista. Pero la suya no es de esas historias que se superan con una gloriosa película, merecedora de la Palma de Oro en Cannes y un Oscar al mejor director.

Ser un niño judío en el gueto de Cracovia bajo la ocupación nazi deja marcas incurables. Él tenía diez años entonces, los mismos que el huérfano Oliver Twist cuanto acaba con sus huesos en compañía de Fagin y sus jóvenes ladronzuelos.

Visto así, el relato de supervivencia que el cineasta polaco vuelve a trasladar a la pantalla tiene más de autobiográfico que el de El pianista. Perder a los seres queridos de forma inquebrantable y sangrienta –su familia en los campos de concentración, su mujer Sharon Tate a manos de una secta satánica– debe dejar cicatrices que, una y otra vez, se abren y sangran sin remedio.

La maldita suerte que le ha acompañado a lo largo de su vida encuentra su punto de fuga en una pantalla que también sangra veneno, repulsión, maldad, y un tipo extraño de crueldad, tan objetiva como lírica.

No sorprende por tanto que se haya decidido por el clásico por excelencia de la orfandad, la codicia y la explotación infantil que publicó Charles Dickens en 1838, también escuchando las voces de su dolorosa infancia. El miserable Londres victoriano y la castigada Varsovia nazi guardan para el autor de Repulsión tantos puntos en contacto como los que podemos hallar entre Dickens y Polanski, dos artistas de infancias castigadas para quienes el éxito de sus carreras no logró desvanecer la mancha instalada en sus memorias, ni la fatalidad que siempre les perseguiría con obcecación.

Como lo hizo la revista ‘Vanity Fair’ en un artículo publicado en 2002, donde especuló algo más de la cuenta sobre la memoria de de Sharon Tate, por lo que Polanski interpuso demanda por libelo. Pocos días antes de esta entrevista que tiene lugar en Burdeos, los tribunales le han dado la razón al cineasta, quien recibirá una indemnización de 87.000 dólares por las calumnias publicadas. Una cantidad rídicula si la comparamos con el presupuesto de Oliver Twist (60 millones de dólares), su más cara y ambiciosa producción hasta la fecha, que ha dedicado a sus hijos Morgana y Elvis. Todo sea por el “cine infantil”. Cine familiar

–¿Considera Oliver Twist su primera película “familiar”?–
Sí, porque el origen del proyecto nace en mi familia. Mi mujer [la actriz Emmanuele Seigner] fue la que me lo sugirió, desde que conoce mi gusto por el musical Oliver de Lionel Bart, del que Carol Reed hizo una precisa versión en 1968, la última que se ha realizado. Mi momento favorito del día es cuando leo todas las noches a mis hijos en la cama, y sé lo mucho que se identifican con los personajes. Pero irónicamente, de Dickens sólo les había leído Un cuento de Navidad. Yo quería hacer algo de Dickens, y Oliver Twist fue la elección obvia. Emmanuelle pensó que ésta sería una película que ellos finalmente podrían ver y por tanto identificar el trabajo de su padre, porque siempre han estado interesados en él, pero no tanto en el tema.

–Sus hijos tienen sendos cameos en la película, ¿verdad?
–Sí. Morgana es la niña en la puerta de la casa de campo a la que Oliver se dirige para pedir comida. Elvis es el niño rico al que los chavales de Fagin consiguen birlar la cartera. Es una película para ellos, con ellos y dedicada a ellos. Pero supongo que hay también esperando una generación de niños que van a disfrutar mucho viéndola... no me imagino ahora mismo a un crío de siete años viendo una adaptación de los años cuarenta, ni siquiera el musical de Reed.

Pero no hay que engañarse. Ni siquiera ahora, cuando tenía pensado hacer una película “que pudieran ver mis hijos”, ha logrado zafarse del todo de la oscuridad que se cuela sin remedio en los fotogramas que rueda. Con el mismo director de Fotografía, Pawel Edelman, ha vuelto a inundar la pantalla del gris ceniza, entre azulado y verdoso, que confería esa atmósfera tan especial a El pianista, porque hacer “cine infantil”, para Polanski, no significa luz, baile y color, ni dejar de ser quien uno es, ni, por supuesto, ponerse optimista (aunque ambas películas confíen finalmente en la generosidad de los extraños). Una novela densa

–¿Ha sido usted un gran lector de Charles Dickens?
–Bueno, siempre me encantó cuando era niño, especialmente Grandes ilusiones. Sus novelas describen un período que no sólo me ha interesado en literatura, pero sobre todo en la pantalla.

Oliver Twist es un libro denso, muy largo, y el relato deambula por diversas pequeñas historias, porque en aquellos tiempos las novelas se publicaban en fascículos en diarios y revistas. Para la adaptación a la película, nos planteamos eliminar todo lo que la novela tiene de secundario, y planear el desarrollo como si fuera una tragedia griega, con sus tres actos. Por lo tanto, las aventuras y desventuras del pequeño Oliver están más estructuradas que en la novela.

–Existen unas veinte versiones de la novela desde 1909, aunque quizá la más considerada es la que hizo David Lean en 1948. ¿Qué le parece a usted?
–Ni siquiera la había visto antes de rodar la mía. De hecho, esperé a acabar el rodaje para hacerlo. Para ser sincero, no me complace en absoluto, y pienso que Alec Guinness como Fagin es francamente un cliché vergonzoso. ¡Con aquella nariz prostética tan claramente pegada a su propio apéndice! Su interpretación es exagerada e incluso desagradable. Me recordó en cierto sentido a las caricaturas que los nazis propagaron del judío entendido como un ser ruin y enemigo de la Humanidad. Execrable.

En mi versión jamás se dice si Fagin es judío o no. En su “taller de trabajo” ha colgado un emblema cristiano: “Dios es Santo, Dios es Verdad”. Y si comparamos a Fagin con otras instituciones como la policía o los magistrados, resulta ser el pernaje menos hipócrita de todos.

–Hay partes de la historia que en realidad están más destinadas a los adultos que a los niños. ¿Ha hecho un esfuerzo para mantener las diversas lecturas en la película?
–La verdad es que la riqueza de Oliver Twist tiene varios niveles. Por una parte, hay momentos muy oscuros, pero al mismo tiempo hay una gran suma de humor. La ironía, el sarcasmo y el humor inglés aflora en todos los rincones de la historia, es algo que encanta a los adultos, pero en su grado de comprensión, también fascina a los niños. Otras novelas de Dickens son más claramente adultas, como por ejemplo Historia de dos ciudades. Yo nunca temí que la parte más cruel de Oliver Twist encontrara el rechazo de los jóvenes, pues los niños siempre se han criado y han crecido con historias góticas y cuentos de miedo, como los de los hermanos Grimm y Anderson, y siempre les han fascinado.

Desde que fuera publicada en 1838, Oliver Twist ha pasado a formar parte esencial de la literatura y cultura occidentales. Y Polanski se ha tratado de mantener lo más fiel posible a la letra. No hay duda de que la novela guarda paralelismos con las historias típicamente “polanskianas” en torno a inocentes amenazados por el destino, la corrupción o la hipocresía institucionalizada del sistema. En su búsqueda de un “un chico que no fuese guapo pero atractivo, de cierta inteligencia y algo de melancolía”, encontró al pequeño Barney Clark después de una selección de entre cientos de críos; y además ha podido contar de nuevo con uno de los más grandes actores en activo, sir Ben Kingsley, quien fuera ya su torturador doctor Miranda en La muerte y la doncella (1994), otro de los títulos que actúan de exorcismo personal en la filmografía del cineasta polaco.

–Desde su punto de vista, ¿dónde está la contemporaneidad de esta historia del siglo XIX?

–En su momento, la historia de Oliver tenía un claro fondo social, que era la enorme migración del campo a la ciudad de aquellos años, hasta el punto que mucha gente llegaba a la ciudad y se encontraba sin medios para sobrevivir. Es una historia que hoy está más viva que nunca. No hay más que pensar en países como Bombay o Bangkok, donde tantos niños pobres libran mil batallas diarias por la supervivencia. En México D. F. viven más de diez millones de personas amontonadas. Oliver Twist es la historia de un chico huérfano en una ciudad superpoblada y desarrollada... ¿no es eso contemporáneo? Son temas universales que por su naturaleza siempre serán contemporáneos.

Justicia poética
–Lean evitó la escena de la agonía de Fagin como reo de muerte, pero en su película es quizá el momento más conmovedor. ¿Por alguna razón en concreto?

–Mi coguionista Ronald Harwood y Ben Kingsley lo consideraban imprescindible. Y yo también. Además, añade algo respecto a la novela, y es la frase que le dice Oliver a Fagin: “Fuiste amable conmigo”. Creo que es importante. A cambio, digamos que nos hemos permitido la justicia poética de evitar narrar las tribulaciones en el pasado de la madre de Oliver, con las cuales Dickens lo enhebraba todo.

–También ha eliminado la relación de sangre entre el rico protector Brownlow y Oliver y, por lo tanto, su redención, dejando al huérfano ante un futuro incierto. ¿Por qué?

–Es quizá la mayor libertad que me he permitido. Al omitir referencias de vínculos familiares, he querido borrar el pasado del huérfano para así subrayar la necesidad que tiene de la generosidad arbitraria de los extraños. El eje de la narración es cómo logra salvarse de la corrupción, la explotación y la muerte. Esta es la intención que subyace.

–¿Se siente personalmente identificado con Oliver Twist?

–Por supuesto que me identifico, aunque no tanto como usted pueda pensar. Yo tenía la edad de este chico cuando crucé toda Polonia a pie, refugiándome en casas y huyendo de los nazis. Sé lo que es recorrrer los campos sin calzado y que los pies se hinchen y queden en carne viva.

Encontré un par de zapatos alemanes, cuatro números más grandes, y no tenía calcetines. Metí unos cartones para que me ajustaran. Ese recuerdo ha quedado incoporado a la película. Durante una guerra o una orfandad, los niños carecen de comida, calzado y vestido. Pero lo más insufrible de todo para ellos, casi insuperable, es la ausencia de los padres. El aislamiento, abandono y soledad son estados con los que me puedo relacionar perfectamente.

Paralelismos simbólicos
–En este sentido, subyacen muchos elementos en común entre el pianista Wladyslaw Szpilman y Oliver Twist. Además, la iconografía de esta película rememora la de los nazis de El pianista.

–Sí. Quizá el momento más evidente es cuando Oliver ve Londres desde la ventana de la habitación en la que Fagin le ha encerrado. Al igual que Szpilman observaba desde su guarida la destrucción del gueto. No sé hasta qué punto el subconsciente emergió más a la hora de fusionar la iconografía victoriana del siglo XIX con la nazi del XX. Hay bastantes paralelismos simbólicos, a mi modo de ver.

–Los créditos iniciales y finales del filme son ilustraciones de Gustavo Doré. ¿Ha sido su referencia fundamental para la recreación del Londres de niebla, miseria y barro en los estudios checos Barrandov?

–Tuve siempre en mis manos la obra de Doré en el plató. Para una consulta inmediata y contraste de decorados. Doré ha sido la inspiración absoluta para el aspecto de la película, aunque la referencia principal ha sido siempre la realidad. El Londres que muestro es el que ve Oliver. Quizá también se pueden apreciar algunos elementos de los más oscuros capítulos de los cuentos de los hermanos Grimm.

–Londres es un personaje más del reparto.

–Sí, es un Londres que refleja la época de Grandes ilusiones y algo del París de Victor Hugo y del Jean Valjean de Los miserables. La recreación ha sido posible gracias a un gran presupuesto (sonrisa) y al trabajo de mi colaborador en El pianista, Alain Sasse, que ha contado con un auténtico ejército de entusiastas seguidores. La construcción de hasta 85 decorados en los estamentos de los ricos, los pobres y los misérrimos ha necesitado de tres meses de trabajo

, Alec Guinness y Ron Moody. ¿Por qué pensó en Ben Kingsley?

–Es un actor que me proporciona una gran confianza y con el que he establecido una enorme complicidad. Es capaz de la mayor luminosidad y también de la más total negrura. Esta segunda es la que yo prefiero. Su físico podría ser transformado en el personaje tal como está descrito en el libro. Con él, Fagin puede parecer una rata repulsiva, pero además de un explotador de menores es una figura paterna protectora. Es un personaje ambiguo al que Kingsley ha dotado de una complejidad extraordinaria.

Otros Oliver

Roman Polanski ha perpetuado la tradición cinematográfica de que cada generación pueda crecer con su propia versión del clásico dickensiano. Lo más reciente que se recuerda es la libérrima y desastrosa adaptación de Disney Oliver y su pandilla (1988), en la que un gatito huérfano se ve mezclado entre un grupo de perros callejeros adiestrados para robar. Para encontrar a los personajes de carne y hueso (y en technicolor) hay que retroceder a 1968, cuando el pequeño Mark Lester se convirtió en uno de los niños más famosos de la historia del cine debido al azucarado y exitoso musical Oliver de Carol Reed.

Otros veinte años atrás, David Lean había realizado Oliver Twist (1948) en blanco y negro, con Alec Guinness en su tercer papel. En tiempos del cine mudo, Lon Chaney y Jackie Coogan protagonizaron el primer Oliver Twist (1922), un gran éxito dirigido por Frank Lloyd.

SARTORI, Beatrice. El Cultural. España

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